Un largo fin de semana de verano, dos desconocidos y una vieja mesa de ping pong.
Cata está a punto de cumplir la misma edad que tenía su madre cuando murió de forma repentina. Para afrontar ese momento decide ir con Carlos, su novio, a hacer limpieza en un antiguo refugio subterráneo que tenía su familia en el jardín de su casa, en el que ocupa casi todo el espacio una vieja mesa de ping pong. Allí conocen a Mia, una joven tenista profesional que ahora vive ahí con su padre, y que esta a unos pocos partidos de ganar un importante torneo.
Aislados del mundo exterior, en un espacio de protección, los tres personajes tendrán que poner orden en su pasado para deshacerse de lo que ya no necesitan y afrontar su presente.
Una comedia dramática que habla de los puntos de inflexión, de los ritos de paso, de cómo madurar dando un salto al vacío, de cómo encontrar en nosotros las respuestas cuando nuestros referentes ya no las tienen, de nuestra necesidad de conectar para crecer. Un texto divertido, tierno, profundo, sobre la conexión, el descubrimiento y la empatía.
EL TIC TAC DEL PING PONG
Cerremos los ojos un momento e imaginemos uno de esos vertiginosos puntos de ping pong que seguramente todos hemos visto alguna vez en YouTube. Con los ojos cerrados, centrémonos en el sonido de ese intercambio casi instantáneo, casi idéntico al de un metrónomo desatado, o (y a esta imagen quiero llegar), un reloj acelerado y frenético.
Ese es el tic tac de nuestro tiempo: las reglas del juego que es nuestro día a día imponen un ritmo en el que los procesos, el devenir y la transformación del pasado en el futuro están anulados, comprimidos en un presente rapidísimo y perenne que nos impide mirar, escuchar, conectar y crecer.
Hay momentos en los que debemos encontrar un refugio, a salvo del mundo exterior, a salvo del tiempo, en el que poder poner orden en nuestro pasado y poder imaginar el futuro: sólo si lo imaginamos podrá ser así. Un refugio con sus propias reglas, diferentes a las de la vida real, es el que propone el texto para hacer colisionar, jugar y conectar a estos personajes entre sí: unos personajes que no siempre saben lo que necesitan o que se necesitan, pero que desde luego están intentando cambiar, aun sin saber a ciencia cierta qué vendrá con ese cambio. Un refugio así es también una sala de teatro, con sus reglas propias, proponiendo el encuentro con unos personajes que no conocemos pero que nos hacen mirar y mirarnos de maneras nuevas.
El autor introduce el texto citando el siguiente verso de la canción Thunder road, de Bruce Springsteen: “We got one last chance to make it real”. Hay un concierto para televisión en el que Springsteen desgrana el significado de toda la canción verso a verso, y hablando de la introducción a piano dice que él pretendía que esta canción fuera una invitación, la invitación a un viaje. A veces sólo necesitamos que alguien nos haga esa invitación para tener la fuerza necesaria de hacer las maletas.
Quizá ya no seamos tan jóvenes, y lo único que nos quede por hacer sea tomar la carretera, bajar la ventanilla y dejarnos peinar por el viento. Tenemos una última oportunidad de hacerlo realidad.
Jaime Cano